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Autor Iglesia Hogar
PASCUA, DON Y TAREA - 14 de abril de 2012
Desde el Evangelio - Mons. José María Arancedo
Venimos de celebrar la Pascua que no es sólo un acontecimiento del pasado decíamos, un hecho histórico, sino la realidad de una vida nueva para el hombre. Esto es lo importante y actual. Estamos llamados a vivir con gozo y esperanza la realidad de un principio que todo lo transforma. La puerta que nos abre a este camino es la fe, que nos permite leer en la historia el actuar de Dios y comprender su significado.
La fe no crea ideas o hechos, sino que nos introduce en el ámbito más profundo de nuestra verdad como hijos de Dios; desde ella nos conocemos como parte única y personal del plan creador y redentor de Dios. La Pascua pertenece al momento redentor del plan de Dios que se realiza por medio de Jesucristo. No somos seres anónimos, sino personas creadas y amadas por Dios. A esta verdad nos introduce la fe.
Esto significa, ante todo, que mi vida tiene un sentido y, además, que no camino solo. La fe me hace conocer el origen de dónde vengo y me da certeza del término hacia donde voy, pero sobre todo me hace conocer y vivir la presencia de un Dios que me acompaña, que camina junto a mí. Pascua nos habla de la presencia actual de Jesucristo que permanece en la historia como camino de una Vida Nueva. Su presencia no es sólo una doctrina que nos marca un camino, sino una gracia que sana y transforma. No se trata, por otra parte, de una presencia que redime o salva a la persona en un sentido individual, sino que también debe llegar a nuestras relaciones. El don de la pascua se convierte, para el hombre, en una tarea de alcance social. Si bien ella es en Cristo un momento definitivo en la historia de los hombres sus consecuencias sociales, sin embargo, no están establecidas de una vez para siempre. Esta es, precisamente, la tarea que surge como compromiso de quién celebra y vive responsablemente la Pascua. Este camino en la Iglesia se va desarrollando a lo largo de su Doctrina Social, que es como la resonancia temporal del Evangelio.
De esto se desprende que la transformación del mundo a partir del Evangelio de Jesucristo, que se hace vida nueva para el hombre en la Pascua, es una dimensión esencial de la fe cristiana. La fe no me aísla del mundo sino que me hace responsable de este mundo para que el sea una casa donde reine la verdad y la justicia, el amor, la paz y la solidaridad, que son lo valores de ese Reino de Dios que nos ha predicado Jesucristo. Desde la Pascua esto es posible y deja ser una utopía más. ¿Qué nos falta para que esto sea realidad? Aquí debemos hablar de nuestra vida cristiana como presencia y compromiso en el mundo. El mayor servicio que un cristiano y la Iglesia pueden ofrecer al mundo es, precisamente, ser testigos de la Pascua a través de una vida coherente y comprometida con los valores del Evangelio.
Deseando que la Pascua no haga descubrir el significado y la grandeza de nuestras vidas como hijos de Dios, como de nuestro compromiso con el mundo, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Desde el Evangelio - Mons. José María Arancedo
Venimos de celebrar la Pascua que no es sólo un acontecimiento del pasado decíamos, un hecho histórico, sino la realidad de una vida nueva para el hombre. Esto es lo importante y actual. Estamos llamados a vivir con gozo y esperanza la realidad de un principio que todo lo transforma. La puerta que nos abre a este camino es la fe, que nos permite leer en la historia el actuar de Dios y comprender su significado.
La fe no crea ideas o hechos, sino que nos introduce en el ámbito más profundo de nuestra verdad como hijos de Dios; desde ella nos conocemos como parte única y personal del plan creador y redentor de Dios. La Pascua pertenece al momento redentor del plan de Dios que se realiza por medio de Jesucristo. No somos seres anónimos, sino personas creadas y amadas por Dios. A esta verdad nos introduce la fe.
Esto significa, ante todo, que mi vida tiene un sentido y, además, que no camino solo. La fe me hace conocer el origen de dónde vengo y me da certeza del término hacia donde voy, pero sobre todo me hace conocer y vivir la presencia de un Dios que me acompaña, que camina junto a mí. Pascua nos habla de la presencia actual de Jesucristo que permanece en la historia como camino de una Vida Nueva. Su presencia no es sólo una doctrina que nos marca un camino, sino una gracia que sana y transforma. No se trata, por otra parte, de una presencia que redime o salva a la persona en un sentido individual, sino que también debe llegar a nuestras relaciones. El don de la pascua se convierte, para el hombre, en una tarea de alcance social. Si bien ella es en Cristo un momento definitivo en la historia de los hombres sus consecuencias sociales, sin embargo, no están establecidas de una vez para siempre. Esta es, precisamente, la tarea que surge como compromiso de quién celebra y vive responsablemente la Pascua. Este camino en la Iglesia se va desarrollando a lo largo de su Doctrina Social, que es como la resonancia temporal del Evangelio.
De esto se desprende que la transformación del mundo a partir del Evangelio de Jesucristo, que se hace vida nueva para el hombre en la Pascua, es una dimensión esencial de la fe cristiana. La fe no me aísla del mundo sino que me hace responsable de este mundo para que el sea una casa donde reine la verdad y la justicia, el amor, la paz y la solidaridad, que son lo valores de ese Reino de Dios que nos ha predicado Jesucristo. Desde la Pascua esto es posible y deja ser una utopía más. ¿Qué nos falta para que esto sea realidad? Aquí debemos hablar de nuestra vida cristiana como presencia y compromiso en el mundo. El mayor servicio que un cristiano y la Iglesia pueden ofrecer al mundo es, precisamente, ser testigos de la Pascua a través de una vida coherente y comprometida con los valores del Evangelio.
Deseando que la Pascua no haga descubrir el significado y la grandeza de nuestras vidas como hijos de Dios, como de nuestro compromiso con el mundo, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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